25/01/2021
Este relato lunático comienza con un evento estelar que sólo ocurre una vez al año: el solsticio de invierno. Congregadas entorno a una hoguera de rastrojos (legal) todas las campesinas de la zona nos juntamos en Catasol cuando cayó la noche y ya no era posible continuar los tajos de la tierra (respetando todas estas normas sociales del contexto que vivimos).
Una xuntanza informal pero importante, entorno al fuego y con algo para picotear y beber mientras tratábamos temas de la cultura hortelana del siglo XXI (elecciones al COPAE, pedidos conjuntos de semillas y variedades, etc.). Faltó un poco de brujería, bailes alrededor de la llume y eses coses máxiques, pero lo perdonamos porque era la primera vez y esperamos que momentos así se vayan instaurando entre nosotres.
También ese día a las 16h vinieron un par de chicos majetes de Huerta El Molín a por la desbrozadora de cadenas del tractor y se la vendimos! Una hora más tarde conseguimos cargar en su vehículo el aparto después de despejar el camino en la nave, echar aceite al tractor, derrapar varias veces en el barro, mover unos cuantos pedruscos para calzarlo, enganchar al tractor el apero, llevarme por delante el meñique, sacarlo de la nave y con algunas indicaciones milimétricas encajarlo en su furgoneta. Ojú! Hicimos un par de amigues.
Han pasado muchas cosas desde entonces (algunas intensas) y la memoria me falla. En los últimos días del creciente de diciembre seguimos quitando tomateras, desbrozando escayos, liberamos espacio donde antes se erguía el invernadero B, pedimos 3.000 cebollas a Los Molinos, tres mil! Y más que vamos a pedir. Hicimos un pedido de 600kg de lombricompost junto con huerta La Figal, quitamos los pimientos porque ya no se veía ni uno y preparamos líneas nuevas adentro, pasando el motocultor, echando ecocaca y poniendo el plástico, entutoramos los arbeyos espontáneos que con el frío vieron su oportunidad ideal de brotar, y guardamos semilla: la de trigo grande, de cilantro, arbeyos, escaxinamos y escaxinamos vainas de fréjoles (y algunos chichos nos llevamos y nos comimos unos buenos guisos con ellos, todo hay que decirlo).
Llegaron las fechas navideñas de esta sociedad católica nuestra y las semanas se adaptaron a las santas celebraciones. Los ajos para cabeza esperaban encajonados en la nave con impaciencia a ser sembrados, porque ya se sabe (en realidad yo no lo sabía) que lo ideal es sembrarlos en los últimos menguantes del año y si te pilla el toro, como muy tarde los primeros días de enero. Y saben cuándo empezaba el menguante, el mismísimo 31! Ya mentalizada a sembrar ajos a contrarreloj ese día, y correr la San Silvestre, y hacer la cena y y y… nada que lo vi mucho lío y me dije “mira, pal 3 que no pasa ná”. Y así fue el 3 y 4 semamos todos los ayos pa cabeza y respiramos tranquiles.
Con la entrada del año el invierno se hizo jodido, pero esta vez fuimos previsores, y antes de que nos sacudiera nos dedicamos a poner a tono los invernaderos, grapamos plásticos, reparamos cuerdas y poleas, pasamos la fesoria para que los cierres fueran ferpectos, repasamos los apaños de la nave, profundizamos zanjas. Quedó niquelao
Y lo que vino, además del viento y lluvia con el que contábamos, fue un frío frío que los sabañones se peleaban por aparecer en nuestras manos. Que por momentos el termómetro de la nave no subía de 1,5ºC ó 2,2ºC sin contar el viento de afuera que bajaba la sensación aún más, podíamos haber montado un negocio de ultracongelados pero no se nos ocurrió, aunque con una cosa sí acertamos, pusimos en la nave un camping gas para poder comer la comida caliente al menos. Y con el estómago lleno y el cuerpo caliente, la creatividad afloró en el ambiente. Giramos un mueble de la tienda para poder abrir las puertas, lo limpiamos, lavamos unas ollas que había por ahí llenas de polvo y telarañas, y los guisos se hicieron rutinarios. Qué bienestar!
Motivadas por los cambios en la nave, quisimos continuar, insistimos un poco a Agreco para que se llevara su ya asiento de la furgoneta y lo conseguimos! Así que pudimos darle un giro, literal, a la zona de elaboración de pedidos, mucho más espaciosa y cómoda ahora. Sistematizamos un poco más el método de ofertas y pedidos a tiendas. Y coordinamos reparto conjunto a tiendas de Xixón con Libélula, dos semanas repartimos nosotres, dos semanas lo hace ella.
El menguante duró hasta el miércoles 13 y teníamos planta para eso y mucho más, finiquitamos toda las coles (repollos, coliflores y brécoles), todos los ajos para ajete en interior, gran parte de las lechugas.
La puesta a punto de la nave, zanjas e invernadero parecía estar dando resultado, nos relajamos, nos relajamos… hasta que un día, en una oportunidad que nos dio un rellugu, al ir a encender la bomba para llenar el depósito, cuál fue mi sorpresa al encontrarme tirado en el suelo el poste con todos los
mandos y diferenciales de las placas solares. La madera podrida no soportó más tanto viento y partió en dos cayendo de lleno encima del terreno cenagoso, al levantarlo el agua salía a chorros por todas partes y me alarmé, llamé a nuestro voluntario Xefe y técnico especialista, siguiendo su consejo bajé los diferenciales, intenté quitar los plomos, no encendí nada, clavé de nuevo el poste y lo até a los lados y al tejadillo clavando la cuerda a la madera. Ha resistido hasta hoy y no hubo ningún daño. Sustín nomás.
Todo esto sucedió hasta el lunes pasado, día en el que pensaba escribir este relato pero que un acontecimiento personal importante sucedió y hasta hoy no ha vuelto todo a la rutina. En esta semana de retraso me dediqué más que nada a intentar cumplir con las cosechas para los pedidos y plantar una línea de 300 lechugas en compañía, pero mis días de descanso y ausencia sé que un grupo de hombres necios pasaron por allí, quitaron los plásticos de los puerros porque a puerros flacos todos son ratas, arvícolas, pasaron máquinas, plantaron cebollas, desbrozaron escayos y con merecidas razones inventaron un campo de tiro con arco en el campo que liberaron de zarzas, una caja agujereada daba pistas de su juego.